María Luisa de Austria-Este: la voz femenina más potente frente a Napoleón
La tercera esposa de Francisco II fue una clara opositora al Emperador de Francia


Nacida en Milán, su infancia, en el centro de una familia antifrancesa, estuvo condicionada por las victorias de Napoleón
© Wikimedia CommonsNieta de la gran María Teresa de Austria, toda su vida giró al calor de los acontecimientos políticos y militares que azotaban Europa. Se convirtió en la tercera esposa del Emperador Francisco II y segunda Emperatriz del recién creado Imperio Austríaco. Reaccionaria y contraria a la Revolución, jamás soportó los ademanes populistas de Bonaparte al que aborrecía como General y gobernante.
Ella no pudo tener hijos, pero cuidó con mimo a los que su esposo había tenido y entre los que se encontraban María Leopoldina (futura Emperatriz de Brasil), Carlos Francisco (padre del Emperador Francisco José) y el heredero al trono Fernando I. También cuidó a María Luisa de Habsburgo quien, por intereses políticos, será entregada a Napoleón. Su madrastra jamás aprobó esta unión y dirigió toda su ira contra Metternich, el hombre fuerte de la política de su tiempo.

María Luisa nació en 1787 en una pequeña localidad al norte de Milán. Eran los días en los que Austria trataba de expandir su influencia sobre los pequeños estados italianos. Su padre ocupaba por entonces el cargo de Gobernador de Lombardía, título que le había concedido su madre, la majestuosa María Teresa de Austria, una de las más renombradas soberanas de todos los tiempos. La madre, Princesa Beatriz de Este, era una aristócrata heredera del ducado de Módena, además de duquesa de Massa y Carrara.
María Luisa era la menor de una larga lista de diez hermanos, que se educó en los gustos propios del despotismo y reformismo ilustrado de la época. Pero, sobre todo, su infancia estuvo condicionada por los cambios territoriales derivados de las constantes victorias que el joven General Bonaparte estaba protagonizando en la “campaña de Italia” en nombre del Directorio y Consulado de Francia Por ello, en 1796, la familia de María Luisa tendría que abandonar su residencia en el Palacio Real de Milán para refugiarse en los territorios de los Habsburgo en Austria. Ella era todavía muy niña pero su inquina hacia el corso fue palpable desde esos primeros momentos.
El entonces “Sacro Imperio Romano Germano” estaba liderado por el joven Francisco II, quien, de algún modo, había tratado de hacer frente a la ola revolucionaria de las fuerzas bonapartistas. Tras un primer matrimonio con Isabel de Württemberg, con la que no había tenido hijos, Francisco se había casado con su prima María Teresa de Austria en una unión endogámica que derivó en palpables limitaciones mentales y físicas entre sus vástagos.

Además, aquella antigua unión política se había transformado en 1806 en el Imperio Austriaco que incluía, además, los reinos de Hungría y Bohemia. Su posición era muy crítica frente a Napoleón, igual que la de su ministro de exteriores, el influyente Metternich, y quizá por ello, cuando Francisco II enviudó de María Teresa, todas las miradas se posaron sobre la joven María Luisa de Austria-Este. Con ella también estaba emparentado, pero, sobre todo, mantenía claras posiciones antifrancesas.
La ceremonia nupcial se verificó en Viena en la primavera de 1808 y el nuevo matrimonio (tercero para el Emperador) fijó su residencia en el Palacio de Schönbrunn. María Luisa se convirtió en una madre para los hijos de su marido, a los que llenó de cariño y atenciones. Así lo testimoniaron las propias María Leopoldina, llamada a ser un día Emperatriz del Brasil y María Luisa, primogénita del Emperador. Y quizá por ello María Luisa se sintió tremendamente dolida cuando la diplomacia austriaca acordó el matrimonio de esta con Napoleón. Era el año 1810 y Bonaparte acababa de repudiar a Josefina por no haberle dado hijos: la boda respondía en exclusiva a intereses políticos.

Pero, desde 1813, y al hilo del nuevo ritmo que tomaban las estrategias militares en España y en Rusia, Austria volvía a alinearse con Prusia para hacer frente a la hegemonía de Napoleón en Europa. María Luisa celebró la victoria de Waterloo y el final de aquel tirano que, ya en su infancia, la había forzado al exilio. María Luisa fue una magnífica anfitriona cuando Viena acogió la celebración de aquel Congreso que, tras los tormentosos años revolucionarios, iba a devolver el absolutismo al viejo continente. Pero ella no vivió para verlo.
María Luisa de Austria-Este fallecía a las siete de la tarde del 7 de abril de 1816 en Venona, en la región del Véneto, cuando aún no había cumplido los treinta años. Dicen que sus últimas palabras fueron: “el camino del sepulcro es el de la verdad; las ilusiones se acaban, se acaban las lisonjas y las grandezas. Ya debo olvidar que fui Emperatriz y Reina” (Mercurio de España, mayo 1816). Francisco II contraerá un cuarto matrimonio con Carolina Augusta de Baviera.
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