La faceta más sorprendente de la familia de Ana Botín: así es como su tatarabuelo y su bisabuela descubrieron las Cuevas de Altamira
La apasionante historia de cómo Marcelino Sanz de Sautuola y su hija María, de 8 años, dieron con ‘La Capilla Sixtina del arte rupestre’ parece sacada de un libro de aventuras


Marcelino Sanz de Sautuola descubrió junto a su hija María, de 8 años, las Cuevas de Altamira
© GettyImages/Wikimedia CommonsEl destacado papel de la familia Botín en la economía española como grandes impulsores del sector bancario es solo el aspecto más conocido de la saga. Han desempeñado, además, una labor fundamental en una disciplina que poco tiene que ver con los números: en el conocimiento que hoy tenemos de la Historia. En concreto, sin ellos, nuestra visión de la Prehistoria sería muy diferente. Dieron con una pieza clave de un puzle que daría un giro de 180 grados a las investigaciones sobre nuestros ancestros. ¿Cómo? Con el descubrimiento de la Cueva de Altamira y el impresionante testimonio gráfico de miles de años de antigüedad que había en su interior.
La historia de ese hallazgo parece sacada de un libro de aventuras. No en vano ha sido llevada al cine (de la mano del prestigioso director británico Hugh Hudson, que en 2016 llevó a la gran pantalla ‘Altamira’, protagonizada por Antonio Banderas). La cuestión es que un apasionado e investigador amateur de la Prehistoria, Marcelino Sanz de Sautuola, se topó de manera casi casual con lo que hoy se conoce como la Capilla Sixtina del arte rupestre. Y todo gracias a su hija de 8 años, María.

Marcelino y María son el tatarabuelo y la bisabuela de Patricia Botín, la actual presidenta de Banco Santander. Marcelino había estudiado Derecho, pero nunca llegó a ejercer como abogado. Se volcó de lleno en su auténtica pasión: la Prehistoria, e incluso llegó a formar parte de la Real Academia de la Historia. De la teoría que leía en los libros pasó a la práctica y comenzó a recorrer por toda Cantabria cuevas que, se suponía, habían sido habitadas por el hombre prehistórico.
Buscaba adentrarse en un mundo ya perdido, sin imaginar que acabaría sumergiéndose de lleno en él. Durante el peculiar periplo por las cuevas de la provincia, un empleado de sus fincas, Marcelino Cubillas, le habló de una que había visto por casualidad en las proximidades de Santillana del Mar. El lugareño fue el primero en toparse con ella, tal y como señala el Museo de Altamira en su web, pero fueron los Sanz de Santuola quienes descubrieron su importantísimo valor.

Tras el comentario de Cubillas, Marcelino visitó la cueva en 1875 y, aunque vio algunas líneas sobre sus paredes, en ese momento no las consideró obra humana. Volvió unos años después, en 1879, tras visitar la Exposición Universal de París del 78, que avivó aún más su entusiasmo al ver de cerca objetos y herramientas prehistóricas.
Cuando regresó a Altamira, se llevó con él a su hija María. Fue ella quien realmente descubrió las pinturas; mientras el padre ponía toda su atención en el suelo, intentado dar con huesos o herramientas que demostraran que efectivamente allí habían estado nuestros ancestros, la niña gritó: “¡Mira, papá, bueyes pintados!”.
En ese momento se abrió ante ellos un mundo nuevo, una auténtica maravilla del pasado. Tal era, además, el buen estado de conservación de las pinturas que reputados investigadores rechazaron que pudiera haber salido de mano del hombre prehistórico. No fue hasta pasadas varias décadas cuando toda la comunidad científica internacional comprobó que las teorías de Sanz de Sautuola sobre Altamira eran ciertas. El descubrimiento en Francia de otras cuevas con un arte rupestre de gran elaboración hicieron mirar de nuevo a los expertos hacia Cantabria.

Marcelino no pudo ver cómo se restituía su prestigio ni cómo su hallazgo pasaba a formar parte de los anales de la Historia. Murió en 1888, catorce años de que un estudio demostrara que la cueva databa del Paleolítico. Tras la evidencia, uno de los expertos que más se opusieron a la autenticidad de las cuevas españolas y uno de los más prestigiosos del momento, Gabriel de Mortillet y Cartailhac, acudió a la casa de los Sanz de Sautuola a pedir personalmente disculpas a la familia, al tiempo que mostraba públicamente su error y la admiración por el cántabro.
Años después de la muerte de su padre, María mandó construir una casa en la finca familiar de San Miguel. A esa casa acudiría Cartailhac en 1905 y en ella se criarían sus descendientes, fruto de su matrimonio con Emilio Botín López, patriarca de una saga de banqueros que desempañaría un papel fundamental en un ámbito muy diferente: el económico.
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