Sofía de Grecia: una Reina desgraciada en los días del exilio
Fue princesa de Prusia, princesa de Alemania y reina consorte de Grecia tras su boda con Constantino I de Grecia, además es la abuela paterna de la reina Sofía y, por lo tanto, la bisabuela de Felipe VI


Sofía era hija de Federico III de Hohenzollern y de la Princesa británica Beatriz, primogénita de la Emperatriz Victoria de Inglaterra
© GettyImagesNo todas las Reinas pueden presumir de un ADN como el de Sofía de Grecia: nieta de Victoria de Inglaterra, hija de Rey, madre de tres Reyes y hermana del Kaiser Guillermo II de Alemania. Es además la abuela paterna de la Reina Sofía y bisabuela de Felipe VI. Pero su vida no fue un camino de rosas. Las complicadas circunstancias del primer tercio del siglo XX la obligaron a una vida errante, marcada por la debilidad estratégica de Grecia y los continuos exilios. La tragedia además golpeó a su familia con números enfrentamientos internos y estrafalarias muertes prematuras. ¿Quién fallece por la mordedura de un mono? Su hijo, Alejandro I de Grecia, perdía la vida en 1920 por esta regicida causa.

Sofía de Prusianació en Postdam en 1870, en una fecha inolvidable para los alemanes: se consumaba la unificación ansiada por Bismarck tras la derrota francesa en Sedám. Era el año de la creación del Imperio que de la mano del Emperador Guillermo I haría temblar los cimientos de Europa. Sofía era hija de Federico III de Hohenzollern y de la Princesa británica Beatriz, primogénita de la Emperatriz Victoria de Inglaterra. Disfrutó de una infancia feliz en compañía de su numerosa familia y a pesar del fallecimiento de su padre en 1888, a los pocos días de haber accedido al trono. La educaron en el luteranismo y su madre trató de inculcarles –con poco éxito- una visión liberal de la política que chocaría con los férreos principios tradicionales teutones. Pero los matrimonios de estado primaban en un tiempo en el que se hacían necesarias las alianzas estratégicas que hicieran posible la llamada “paz armada”. Sofía contraía matrimonio en Atenas con el Príncipe Constantino, heredero del trono de Grecia después de no pocas dificultades con la iglesia ortodoxa. Era el año 1889 y tenía apenas diecinueve años. El reino heleno pasaba por momentos de crisis políticas en plenas tensiones con el Imperio Otomano y el polvorín que en esos días suponían los territorios balcánicos, crisol étnico y de nacionalidades.
El matrimonio accedió al trono en 1913, tras el asesinato del Rey Jorge I en Salónica, en una fecha de máxima incertidumbre para el país y Europa. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, Constantino se mostró enemigo de la Entente en una posición firmemente compartida por Sofía: eran tan alemanes como griegos. Sin embargo, el gobierno no estaba conforme con esta intransigencia regia y el 11 de junio de 1917, el Rey perdía la corona tras verse forzado a abdicar en su segundo hijo varón, Alejandro. Eran las horas del llamado “cisma nacional” y del máximo poder del primer ministro, Venizelos. El matrimonio, acompañado por el resto de sus hijos (incluido el diádocos, Jorge) partía al exilio a Suiza, neutral en el conflicto. Establecieron su residencia primero en Saint-Moritz y luego en Zurich. Grecia, mientras tanto, se alineaba con Francia e Inglaterra y conseguía importantes concesiones territoriales en la Tracia oriental y Esmirna.

Sofía y Constantino pudieron volver a Grecia en 1920, tras el inesperado fallecimiento de su hijo Alejandro y la derrota política de Venizelos. Pero su segundo reinado no duró mucho: tuvo que volver a abdicar tras la desastrosa derrota contra los turcos en Asia Menor de 1922. Le sucedía su hijo mayor, que reinaría como Jorge II pero que también habría de perder el trono. Los ya ex-reyes de Grecia, se establecieron en la Italia de Víctor Manuel II. Primero en Palermo, en compañía de sus hijos el príncipe Pablo (padre de la Reina emérita) y las princesas Irene y Catalina. Tras la muerte repentina de Constantino en 1923, Sofía se traslada a vivir a Florencia, donde pasó el resto de sus días. Falleció en Frankfort en 1932 mientras era tratada en una clínica, del cáncer que padecía. Tenía sesenta y dos años. Se iba una Hohenzollerm. Como dijo César González Ruano con motivo de su necrológica publicada en el semanario Nuevo Mundo; “una dama cuyo apellido llenará todo un hondo capítulo de la Historia”.